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El año en que fui corresponsal de HOY

El año en que fui corresponsal de HOY

«Labor impagable la del corresponsal que escribe por amor a su pueblo y a la verdad, no por dinero. Y también ingrata, y a veces heroica, que te obliga a nadar entre dos aguas»

LUIS ALFONSO LIMPO PÍRIZ

Olivenza

Sábado, 28 de noviembre 2020, 22:07

Con mi licenciatura en Ciencias de la Información por la rama de periodismo recién obtenida en Barcelona, acepté en diciembre de 1984 ser corresponsal de Hoy en Olivenza a petición de Domingo Núñez. Motivado no por la discreta gratificación con la que el periódico indemnizaba a sus corresponsales, sino para dar proyección a algunas de las iniciativas que por entonces puso en marcha el Ayuntamiento que presidía Ramón Rocha. Una de ellas, la edición de un Boletín Informativo trimestral, que en la misma fecha yo pasé a redactar, maquetar y revisar íntegramente. Se repartía casa por casa, enviándose además gratuitamente a los oliventinos de la diáspora. En sus páginas uno podía enterarse de las cuentas de la feria al céntimo, ver negro sobre blanco el presupuesto general del Ayuntamiento y, por supuesto, conocer los principales acuerdos de la Comisión de Gobierno y el Pleno.

El ejercicio de una corresponsalía tiene mucho de subjetivo: no puede ser ajeno a los gustos e intereses intelectuales de quien la ocupa, como tampoco a su perfil profesional y humano. Yo concebí mi colaboración con el diario Hoy como una extensión de mi labor al frente del Boletín Informativo municipal, órgano de un Ayuntamiento que se quería abierto a la ciudadanía. Creo que el hiperlocal de nuestros días cumple en cierto modo con esa función. Sin tener carácter oficial, viene a llenar el mismo hueco. Concebí el Hoy como un altavoz regional de realizaciones locales, sobre todo en el ámbito cultural. El año 1985 fue el de la publicación de una primera historia de Olivenza escrita en español, libro del malogrado Alfonso Franco Silva editado por el Ayuntamiento e impreso en Plasencia. Por increíble que parezca, Badajoz no tenía en ese momento una imprenta capaz de cumplir con tan modesto encargo. Fue también el año en que la Junta de Extremadura lanzó el primer folleto turístico de Olivenza, un tríptico en color con tirada de 10.000 ejemplares. El año en que el grupo Acetre presentó en un abarrotado teatro Sequeira su primera casette. El año en que el entonces Museo Etnográfico Municipal echó a andar y, con la celebración de los Encuentros de Ajuda, se puso en marcha la reivindicación del puente viejo, parcialmente culminada quince años después con la construcción del puente nuevo.

La primera noticia que me tocó dar como corresponsal de Hoy fue luctuosa: la muerte de Bernardino Píriz y su entierro multitudinario. Menos concurrido, pero no menos sentido, fue el de Antonio González Mantequiña, del que también me tocó informar. Aparte de escribir sobre los inevitables lugares comunes, las obras públicas, el fraude inmobiliario de Obryco y la celebración de los primeros carnavales, aproveché mi corresponsalía para difundir la obra de algunos autores oliventinos. Fue el caso de Marceliano Ortíz Blasco, autor de una 'Iniciación al arte del toreo', o de Teófilo Borrallo Gil, autor de 'Mis recuerdos de la Olivenza española'. También escribí con gusto una reseña de la tesina que sobre Manuel Pacheco presentó por entonces en la Universidad de la Sorbona Raquel Manzano.

Lo que no hacía ya con tanto gusto era la crónica del partido que, un domingo sí y otro no, tenía que dictar desde mi casa por teléfono, sin tener ni puñetera idea de fútbol. Recuerdo una lluviosa y desapacible tarde invernal. En el embarrado campo de tierra el balón cayó en medio de un gran charco que se había formado en la banda, junto al banquillo donde yo estaba sentado, y acabó rebotando con fuerza en mi impecable abrigo largo. Sabía que un corresponsal de guerra podía ser víctima de una bala perdida, que un morlaco podía saltar al callejón y sorprender al incauto cronista taurino, pero nunca imaginé que entrañara tales riesgos visitar el estadio municipal. El Olivenza casi siempre perdía. Me consta que entre los leales aficionados que vociferaban en la grada jaleando a su equipo mis crónicas secas y saborías levantaron duras críticas. Las mismas que provocó mi reseña del III Congreso de Escritores Extremeños entre los asistentes, cuyo absentismo descarado tuve la imprudencia de airear. «Apenas la mitad de los 55 delegados inscritos ha hecho acto de presencia» – escribí. Y rematé añadiendo: «La actividad de las distintas mesas de trabajo previstas se ha caracterizado por una tónica general de indiferencia, cuando no por premuras espoleadas por la retransmisión de la final de baloncesto». Impulsor de aquel congreso fue mi amigo Bernardo Víctor Carande. A raíz de aquello nuestra relación como que se enfrió un tanto.

Por supuesto, no hablé públicamente mal de nadie durante el año que ejercí la corresponsalía del Hoy en Olivenza. Pero incluso el hablar bien de unos hizo que llovieran sobre mi cabeza las críticas de otros. Un reportaje ensalzando la labor pedagógica llevada a cabo por Francisco González Santana en la Casa Tutelar Nuestra Señora de Guadalupe me sacó un día de la ducha para atender la impertinente llamada de D. José Hidalgo Marcos. Con su habitual pachorra me dio un áspero tirón de orejas por no haber hecho ninguna mención a las Escuelas Parroquiales. ¡Siendo yo antiguo alumno, y además hijo de quien era!

Gratificante labor la del corresponsal-cronista que viven en su pueblo y escribe, al menos ese fue mi caso, por amor al mismo y a la verdad, no por dinero. Labor impagable, ingrata, que te obliga a nadar siempre entre dos aguas, en ocasiones me atrevería a decir que heroica. Continué al frente del Boletín Informativo municipal. En enero de 1986 le pasé el testigo de la corresponsalía de Hoy a Miguel Ángel Vidigal.

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