

Eva María Nevado
Viernes, 8 de julio 2016, 11:54
La alfarería ha centrado en esta primera semana de julio la sesión del proyecto Reminiscencia que Caser Residencial desarrolla mensualmente en colaboración con el Museo Etnográfico Extremeño González Santana.
De la mano de Diego Bermejo, alfarero natural de Salvatierra de los Barros, los mayores de Caser Residencial recordaron en la tarde de ayer el proceso de elaboración de los objetos de barro y la imagen de los arrieros que por las calles de los pueblos deambulaban con burros cargados de piezas que buscaban comprador.
Comenzó Bermejo explicando cómo se realiza la mezcla de arcillas que marca el inicio de un proceso de elaboración, hoy ya con tornos eléctricos, cuyos primeros pasos se dan colocando el bloque a trabajar sobre el disco o rueda.
Rememorando como algunos objetos son vidriados, dando esa imagen brillante con diversos acabados, y otros como los botijos no se vidrian y se trabajan con barros más porosos que facilitan la evaporación que mantiene el agua fresca; el alfarero explicó como en su Salvatierra natal siempre existieron unas alfarerías dedicadas al vidriado y otras a la producción.
Con datos como la existencia en los años 70 de unas 80 alfarerías en Salvatierra, que hoy han quedado en una veintena, o el centenar de arrieros que se podían ver en las calles de Francia, trasladando fuera de nuestras fronteras esta actividad, concluyó una explicación que dio paso a la práctica.
El primero en utilizar el torno fue el propio alfarero, quien elaboró un botijo, mostrando como la pieza se termina fuera de la rueda añadiendo al cuerpo central el pitorro, el asa y la boca elaborados individualmente.
Debidamente protegida por un delantal, pero preocupada por sus uñas recientemente pintadas, Inés fue la primera residente que se animó a manchar sus manos de barro obteniendo como resultado y con la ayuda de Bermejo un bonito recipiente en forma de pequeño plato.
El cuenco de Sergio, nieto de una residente; el portavelas de Fernanda Blasco, voluntaria de Caser Residencial, o el vaso de Manuel, residente del centro, fueron el resultado de la experiencia de modelar barro, unos por primera vez y otros recordando un oficio que en épocas pasadas era esencial para el día a día.
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