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Está demostrado que en el momento en que ocurren las peores crisis sociales es cuando más aflora o se acrecienta la fe religiosa. Tal vez por ello en la última semana, en plena pandemia por el coronavirus como desde hace un año, ha adquirido más sentido que nunca la conmemoración de un hecho que escapa a cualquier explicación razonada o científica y que ha sido catalogado como un hito histórico por ser la segunda multiplicación de alimentos que admite la Iglesia Católica: el Milagro del Arroz, acaecido en lo que hoy es la casa parroquial de Olivenza (hoy capilla del Milagro), el 23 de enero de 1949 y por la intercesión del ahora santo, y entonces beato, Juan Macías (Ribera del Fresno 1585 – Lima, 1645).
Como cada año, la Parroquia de Olivenza ha programado una serie de actos a lo largo de la semana en la que se conmemora el 72 aniversario del hecho divino, gracias al cual Olivenza tiene un lugar destacado en el mapa de la espiritualidad en España y en el resto del mundo.
Hoy es difícil no encontrar a alguien en la ciudad que dé norte sobre aquel místico acontecimiento ocurrido en la Olivenza de posguerra, cuando a finales de los años 40 la injusticia, la incultura, la miseria y el hambre azotaban sin misericordia a una mayoría social en la ciudad, donde la Iglesia tenía un destacado papel en la redistribución de lo poco que había a través de instituciones benéficas como el Instituto Secular Hogar de Nazaret, creado en Olivenza por el entonces párroco Luis Zambrano Blanco (1909-1983), nombrado Venerable por el papa Francisco I en 2016.
En aquel tiempo el poder temporal también se confundía con el eclesial en la concienzuda tarea de adoctrinamiento y de cercenar cualquier atisbo de contestación social ante la difícil situación que se estaba viviendo en la Extremadura rural, por entonces castigada por el hermetismo de las clases sociales, donde unos pocos tenían mucho y muchos tenían muy poco. O nada.
Por ello, mirándolo con objetiva perspectiva histórica, era una realidad la sumisión al poder establecido tras la guerra civil, sufriendo la escasez y el racionamiento de los bienes de primera necesidad, el control selectivo de la economía por parte de las autoridades, la emigración y el analfabetismo… En estas circunstancias, Olivenza tenía todas las papeletas para que Dios obrara un milagro y la población, unida en la adversidad, se aferrara a la fe para creer en que había luz al final del túnel de la miseria en la que le tocó vivir a una generación de hombres y mujeres que han sufrido y superado todas las crisis del último siglo
De esta forma, desde la Parroquia, gracias a las donaciones de las familias más pudientes de la ciudad, se garantizaba una comida diaria a los niños más necesitados, y los domingos también a sus padres. Hoy podría criticarse que la caridad cristiana mal entendida consiste en desprenderse de aquello que nos sobra para dárselo a quien lo necesita y así «descargar la conciencia», pero en aquella época no se podía ser tan retorcido y toda donación, por pequeña que fuera, era bienvenida.
Aquella fría mañana de enero en la que Leandra Rebollo Vázquez, natural de Ribera del Fresno y cocinera del Hogar de Nazaret, se quedó esperando la limosna del día y no tuvo más remedio que poner a cocer lo poco que había en la despensa (apenas un kilo de arroz condimentado) y encomendarse a San Juan Macías. Sabía que no había suficiente arroz para las decenas de personas que esperaban un plato de comida caliente como agua de mayo ese día. «¡Ay, Beato! Y tus pobres sin comer…», exclamó la cocinera al tiempo que dejó cociendo el arroz para irse a hacer otros quehaceres.
La sorpresa fue mayúscula cuando, en resumen, de la olla puesta en la hornilla (a la que no hizo falta alimentar con carbón durante horas) no dejaba de brotar arroz condimentado que, ya auxiliada por el párroco, Luis Zambrano, llenaba otros recipientes mucho mayores para después repartirse en las casas de las familias vulnerables. Todavía hoy hay dos testigos de excepción de aquel hecho, Fernanda Blasco Mendoza (1923) y Francisco González Santana (1930), que cuentan a los más jóvenes con todo lujo de detalles lo que vivieron siendo unos veinteañeros y eran estrechos colaboradores del cura D. Luis Zambrano en las tareas parroquiales.
A lo largo de siete décadas, generación tras generación, se ha mantenido vivo en el acervo religioso y cultural de la ciudad este importante hecho que sirvió, además, para impulsar que el beato Juan Macías fuera canonizado por el papa Pablo VI el 28 de septiembre de 1975, tras años de proceso.
Precisamente por esa vocación de universalidad de este milagro, desde la Parroquia se ha querido implicar este año a la comunidad local, pero también allende los mares, llegando incluso hasta Perú, donde existe mucha devoción por San Juan Macías, junto a su amigo y coetáneo el también fraile dominico San Martín de Porres (1579-1639), Santa Rosa de Lima (1586-1617), San Toribio de Mongrovejo (1538-1606) y San Francisco Solano (1549-1650), todos ellos claves en la evangelización del Perú. Por esta razón este año han llegado a Olivenza varios vídeos de devotos de San Juan Macías desde Lima (Perú) para compartir el significado del Milagro del Arroz para la cristiandad en pleno siglo XXI.
También se ha hecho partícipe de los actos conmemorativos a los escolares oliventinos, quienes han querido reflejar lo aprendido en la catequesis parroquial sobre el milagro y el significado religioso y espiritual del mismo mediante decenas de dibujos, ya que este año no se han podido realizar las visitas a la capilla del Milagro. Son frecuentes también testimonios de fe de menores que resumen el Milagro con la enseñanza «Seamos granos de arroz que dan amor a los que nos rodean».
El broche de oro de la conmemoración de este año tuvo lugar el pasado sábado, 23 de enero, en la que el párroco de la localidad, Francisco Julián Romero Galván, ofreció una misa solemne de acción de gracias desde la capilla del Milagro, y en la que se acercó a los feligreses la celebración a través de las redes sociales. En ella se invitó a las familias oliventinas a conmemorar de manera simbólica el Milagro de Arroz comiendo al día siguiente sus platos de arroz elaborados para la ocasión y a compartir las imágenes de la comida.
De la multiplicación de los panes y peces hay un salto temporal de dos milenios hasta el del Milagro del Arroz. Siete décadas después la comunidad parroquial reza con fervor para que la solidaridad y la caridad se multiplique, no sólo para saciar el hambre y las necesidades materiales más elementales del pueblo, sino para que acreciente la esperanza y el espíritu de superación ante la situación pandémica que está viviendo el mundo.
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