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Olivenza en su sitio

Si el 'brexit' se consuma, el irredentismo aprovechará el momento para explotar una vez más el falso paralelismo entre los casos de Gibraltar y Olivenza. Solo aclarando el pasado conseguiremos que el polvo de los mitos nacionalistas no devenga en lodo independentista

Luis Alfonso Limpo

Lunes, 6 de mayo 2019

En 1863 el arqueólogo portugués Estácio da Veiga publicó un folleto argumentando que, si España quería recuperar Gibraltar, primero tenía que devolver Olivenza. El falso paralelismo entre ambas plazas fue reeditado en 1967, coincidiendo con el cierre de la verja, y en 1980, coincidiendo con su apertura. Hasta ese momento, los vasos comunicantes entre Gibraltar y Olivenza habían sido recurso exclusivo del irredentismo portugués.

Mas hete ahí que en 2003 el diplomático Máximo Cajal publica un libro en el que defiende la cosoberanía no solo para Gibraltar, sino también para Ceuta, Melilla y Olivenza. Antes de formular tan generosa propuesta de futuro, Cajal descuidó estudiar con rigor el pasado. Queriendo provocar un debate clarificador, mezcló churras con merinas al partir de una premisa falsa: que España no respetó su compromiso de devolver Olivenza, contraído en 1817 al firmar el acta final del Congreso de Viena. Para avanzar en el contencioso de Gibraltar, tal vez haya que mirar más hacia adelante que hacia atrás y aparcar la historia. En el caso de Olivenza lo que hace falta es lo contrario: estudiarla a fondo. El irredentismo portugués ha logrado inculcar en la conciencia nacional española el sentimiento de culpa por una falsa deuda del que debemos liberarnos.

Churras con merinas se mezclan también en 'Mikronacionalismos', crónicas sobre siete pequeños movimientos independentistas. El librito, publicado en 2017, dedica un capítulo a Olivenza. Quien lo perpetra es Enrique Bullido, profesor en la Facultad de Periodismo de la Carlos III. Les aseguro que la mayor densidad de disparates sobre la historia de Olivenza se encuentra en esas 20 páginas. El papel todo lo aguanta.

Retomando el hilo de Estácio da Veiga, Cajal y Bullido, a finales del 2018 el novelista Sergio del Molino viene a liar aún más la madeja con un viaje por las fronteras insólitas de España, Premio Espasa de ensayo.

El autor de 'La España vacía' visita primero los enclaves de las fronteras vivas: Gibraltar, Melilla, Ceuta, Olivenza, Rio de Onor, Llivia y Andorra. Siguen los enclaves de las fronteras muertas: Treviño, Villaverde, Ademuz y Petilla de Aragón. Al fabricarse las naciones, escribe del Molino, «excretaron una serie de detritus que no son biodegradables y permanecen sobre el mapa muchos siglos como una molestia para todos». Son las singularidades, las «esquinas dobladas» del mapa de España. «Todas tienen en común su disonancia histórica, su anacronismo, su vocación de lugar molesto que estropea la armonía de los mapas. Son rescoldos fríos de un país hecho de guerras civiles».

El paseo por las esquinas dobladas del mapa de España le sirve al autor para invocar, frente a la visión de los nacionalismos periféricos, una idea de España «no como madrastrona empeñada en retener a sus hijos contra su voluntad, sino como una madre descuidada».

En la estela de Álvarez Junco, Del Molino concibe España como un instrumento de convivencia. «Se pueden usar la historia y los relatos sobre ella como base y amalgama de una sociedad democrática donde caben tantas formas de españolidad como españoles». Compartimos el concepto de historia del autor. Lo importante no es el pasado, «sino la forma en que las sociedades del presente manejan la herencia y la convierten en un instrumento de convivencia». Lo que no compartimos es que sea esencialismo defender la racionalidad del Tratado de Badajoz de 1801. La Olivenza española no es ningún lugar fuera de sitio. Sí lo fue la Olivenza portuguesa, espina clavada en el costado de España, como Gibraltar en su corazón.

Olivenza está políticamente donde le corresponde estar por su situación geográfica, donde ya estuvo antes del Tratado de Alcañices (1297). Discrepamos también de Sergio del Molino cuando afirma que «las cuestiones jurídicas no deberían anteponerse nunca a la voluntad de los ciudadanos afectados». Olivenza es española no por la voluntad del 99'99% de los oliventinos, sino porque sus papeles están en regla, porque el Tratado de Badajoz es 'oponible erga omnes', como ha demostrado el profesor Fernández Liesa. Confiesa Sergio del Molino que los lugares fuera de sitio, por la singularidad de su historia, «exigen un aprendizaje y un esfuerzo por entender sus peculiaridades». No se esforzó mucho el autor en el caso de Olivenza. Para conocerla no basta con tomarse un día una cerveza por la mañana y un café por la tarde. Las prisas y una sola fuente informativa llevan a Sergio del Molino a falsear tanto el pasado como el presente de Olivenza. Reconocemos que 'Lugares fuera de sitio' es un libro irreprochable desde el punto de vista formal. 'Se non e vero, e bem trovato'. Donde falla a nuestro juicio, al menos en lo que a Olivenza respecta, es en el contenido. Lo subjetivo es propio del ensayo y la literatura, lo objetivo de la historia y la sociología. Ni la generosa propuesta de cosoberanía de Cajal, ni el postizo biculturalismo de los oliventinos, reflejado en su doble nacionalidad, solucionan el contencioso de Olivenza, patente en las ruinas de Puente Ajuda, o en su exclusión de la eurociudad. Ambas posturas, además de bailarle el agua al irredentismo, empiezan la casa por el tejado, en vez de por los cimientos. Hay que negar la mayor. España no tiene ningún compromiso internacional pendiente de cumplir. El acta final del Congreso de Viena no anula el Tratado de Badajoz. Si el Brexit se consuma, el irredentismo aprovechará el momento para explotar una vez más el falso paralelismo entre los casos de Gibraltar y Olivenza. Para ganar la batalla del mañana es necesario librar primero el 'Combat pour l'Histoire', ganar la batalla del ayer. Solo aclarando previamente el pasado conseguiremos que el polvo de los mitos nacionalistas no devenga en lodo independentista.

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