

Un vendaje sirve para recubrir el apósito, inmovilizar provisionalmente un miembro, en los primeros auxilios, en el traslado del accidentado a un centro quirúrgico, y, por último, una finalidad ortopédica.
Los vendajes enyesados o escayolados son los que comúnmente se usan en la práctica asistencial diaria a la hora de conseguir una inmovilización prolongada.
Durante el mes de febrero de 2020 el Museo Etnográfico Extremeño 'González Santana' de Olivenza exhibe un envase de lata que contiene una venda enyesada, fabricada en los años 60 por el Laboratorio de Especialidades Farmacéuticas Manufacturas Blabia, S.A de Barcelona.
Dado que el fin del yeso es inmovilizar la extremidad herida para logar una recuperación menos dolorosa y más rápida, es imposible ignorar que su genealogía comienza con las tablillas de inmovilización.
Según informa el Museo de Olivenza, los primeros indicios de utilización de dicha inmovilización en ortopedia se remontan a la época egipcia, donde se han encontrado restos de fracturas de fémur con palos sostenidos con vendajes de lino. Los griegos usaban resinas y ceras para hacer vendajes; en la Edad Media se hacían yesos con clara de huevo, harina de trigo y grasa animal. A finales del siglo XVIII, el diplomático británico Eaton describió una técnica para el tratamiento de las fracturas que había visto utilizar en Turquía. Aconsejaba preparar una papilla con yeso que debía volcarse en pequeños cajones, en los que se había colocado el miembro que había que inmovilizar. Esto hacía que el enfermo no pudiera moverse ni desplazarse, hasta no lograr la curación de la lesión.
Es Antonius Mathijsen (1805-1878), cirujano militar holandés, el que tiene el mérito de haber diseñado, en 1851, un método para cubrir y empapar unas vendas de algodón con yeso. La ventaja que ello suponía era la posibilidad de disponer de una forma de estabilización rápida que pudiese utilizarse en el campo de batalla durante las guerras, y que permitiese el traslado del herido.
En 1852 formaba parte de la guarnición de Haarlem y, en tal circunstancia, poco satisfecho y descontento con los medios con que contaba para lograr la inmovilización de los miembros fracturados y apremiado seguramente por necesidades médicas recomendó públicamente: «un tejido arrollado entre cuyas vueltas se debía colocar cierta cantidad de yeso en polvo». Y agregaba más adelante: «lo que al ser puesto en contacto con el agua se hidrata y luego se endurece».
El invento fue de gran trascendencia y, aunque tuvo sus detractores, que dudaban de su eficacia y utilidad, también tuvo sus defensores. Representa la expresión de un ingenio singular, de apariencia sencilla, pero de gran valor, que no ha podido ser sustituido por ningún otro, a pesar de los casi 170 años transcurridos.
Mathijsen recibió varias condecoraciones y fue miembro de diversas Sociedades Médicas. El monumento erigido en su memoria, en Budel (Holanda), es sin duda el homenaje que la posteridad rinde a sus méritos.
La pieza expuesta en Museo de Olivenza, con su envoltorio original, ya que no ha sido abierto, fue donada por la familia Mata Merchán de Badajoz, en 1994 y forma parte de la Consulta Médica.
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